Meategien aztarnei begira

Nerea Azurmendi, Diario Vasco egunkariko kazetariarekin egin genuen elkarrizketa da Web gune honetan jasotzen dudana. Egunkariak, 19/02/2019ko alean argitaratu zuen berau.

 

Bertan Aitziber Gorrotxategi eta biok ahalegindu ginen Aizarnako meategien historia azaldu eta egun duten egoeraren berri ematen. Aizarnakoak garenok badakigu egoera kaxkarrean daudela eta desagertzeko ere oso gutxi falta dutela aztarna hauek.

 

Aizarnako biztanleen bizibidea zen garai batean eta herriko historiaren zati bat ere bai, beraz historia hau jasotzeko ahalegin baten barruan sartuko dugu elkarrizketa eta kontzientziak esnatzeko ere baliagarri izango delakoan.

 

Paperean argitaratzen diren egunkariak denak ez dituzte irakurtzen eta Aizarnara begira dagoen orri honetan jarriko dut aukera, nahi duenak irakurri.

Jon Egiguren

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Diario Vasco egunkariak argitaratua

NEREA AZURMENDI Lunes, 18 febrero 2019

La memoria del carbón se difumina en Aizarna

Los últimos vestigios de una actividad que en los momentos de máximo esplendor empleó a más de 100 personas están desapareciendo «sin que se le ponga remedio»

AIZARNA. La minería del carbón está a punto de convertirse en una actividad del pasado. Una única mina permanece en activo en Asturias. Las últimas que seguían arañando el subsuelo en Aragón cerraron hace apenas un mes. Donde el carbón es definitivamente historia, una historia cada vez más lejana y difusa, es en Aizarna, el barrio de Zestoa con hechuras de pueblo en el que, durante décadas, decenas de mineros se dedicaron a extraer lignito de las entrañas del monte Ertxina.

Ion Egiguren, que a través de la web aizarna.com se esfuerza, como afición y prácticamente en solitario, en recoger la actualidad y el pasado de Aizarna, recuerda cómo, de niño, solía llevar la comida a su padre a la mina. Aun siguen siendo bastantes quienes comparten los recuerdos relacionados con las últimas minas que permanecieron en activo y con quienes, como el padre de Egiguren, trabajaron en ellas.«Con motivo de una pequeña exposición que hicimos hace unos 15 años recogimos algunos documentos, fotografías y objetos, y hay alguna familia que guarda herramientas y recuerdos, pero hasta el momento no se ha hecho un trabajo sistemático, ni mucho menos», indica Ion Egiguren.

Quien sí lo hizo fue Aitziber Gorrotxategi, autora de ‘Meatzaritza nekazari-herri batean. 1844-1982’ (‘Minería en un pueblo agrícola. 1844-1982’), un trabajo que realizó cuando cursaba el tercer curso de la Licenciatura de Historia y que fue publicado en 2003. Gorrotxategi, que realiza un repaso exhaustivo de la actividad minera aizarnarra y la sitúa en el contexto de la industrialización de Gipuzkoa, complementa la información obtenida a través del Registro Minero y otras fuentes documentales con las entrevistas que pudo realizar a los últimos mineros de Aizarna.

Ambos ven, con pesar y preocupación pero sin saber muy bien qué podría hacerse para frenar el proceso, cómo se va difuminando en Aizarna la memoria del carbón. Cómo, tal como ya se fueron los testigos de una actividad que formó parte de la vida de la comunidad durante más de un siglo, van desapareciendo, desmoronándose y siendo engullidos por la maleza, «sin que se le ponga remedio», los vestigios físicos de la actividad minera: galerías, casetas, cargaderos, raíles para vagonetas, instalaciones para los cables que llevaban por el aire los cestos llenos desde la mina hasta la carretera…

Es el caso, por ejemplo, de la mina Sin Nombre (ese era, precisamente, su nombre) o Katre Mina, donde todavía se identifican relativamente bien los principales elementos del conjunto. «Hasta no hace mucho la galería estaba bastante bien, pero en los últimos meses ha habido derrumbes. Esos restos han mantenido viva la conciencia de que hemos sido un pueblo minero, pero están desapareciendo», asegura Egiguren, que conoce el terreno como la palma de su mano.

De 1844 a 1978

En la actualidad, la boca de Katre Mina apenas es un resquicio. Es un rictus en el monte, desde el que se asoma al exterior un rastro de ‘leche de luna’ (‘mondmilch’ en la denominación original, suiza y del siglo XVI), un líquido blancuzco compuesto por minerales como la calcita, el cuarzo o la brushita. Este fenómeno tiene su manifestación más espectacular en el río blanco subterráneo, único en el mundo, que Aranzadi descubrió en el valle de Aizarna en 2004.

Pero la historia de Aizarna no se escribe en blanco, sino en negro. Negro sobre verde, el color que predomina en el valle. Se escribe con el rigor del Registro Minero, que documentaba todos los aspectos administrativos de las explotaciones, pero también con el carácter de aproximación que denota el hecho de que, por ejemplo, ni tan siquiera haya una topografía precisa de las explotaciones mineras, aunque algo están haciendo un grupo de espeleólogos. «Si en general el patrimonio industrial no está demasiado considerado, en este caso el abandono ha sido total», apunta Ion Egiguren.

Katre Mina no es un mal lugar para recuperar la historia de «la pequeña revolución industrial que vivió Aizarna en el siglo XIX», puesto que fue la primera en abrir y de las últimas en cerrar. Dos fechas marcan su ciclo de vida: 1844 y 1978. La primera es veraz. La segunda, que un par de minas alargan incluso hasta 1979, corresponde al cierre ‘oficial’ o a la extinción de la concesión, ya que la actividad real había cesado mucho antes. Con alguna excepción, y aunque incluso más adelante hubo algún proyecto fallido de relanzamiento, la minería en Aizarna comenzó su declive definitivo a mediados del siglo XX.

Una suma de factores

Podría parecer llamativo que, a mediados del siglo XIX, a los aizarnarras les diera por la minería si no fuera porque en aquellos momentos se produjo una suma de factores que también condujeron a extraer lignito, aunque no de manera tan extendida, en Hernani.

De entrada, había que saber que en aquellos montes, pulidos en la superficie por las enormes necesidades de madera de las ferrerías, había carbón. No de la mejor calidad, ni mucho menos, ya que el lignito es –por debajo solo tiene a la turba–, el carbón con menor poder calorífico. Aitziber Gorrotxategi tiene la explicación: «A principios del siglo XIX se produjo una especie de obsesión por la riqueza mineral. La propia Diputación daba premios e incentivos a quienes encontraran reservas de cualquier mineral».

Y si en Aizarna había lignito, y en zonas próximas de Zestoa y Zumaia había marga (una piedra formada por caliza y arcilla), las cementeras ya lo tenían todo para producir cemento natural, «el producto estrella del Bajo Urola en la segunda mitad del siglo XIX», según afirma en su página web ZIIZ (Zumaiako Industria-ondarearen Interpretazio Zentroa). Un cemento que tuvo nombre propio –’Cemento Zumaya’– y que se produjo, aprovechando también la tecnología que habían traído los soldados ingleses en la Primera Guerra Carlista– en numerosas factorías. En 1859, por ejemplo, llegaron a ser nueve, ubicadas en Arroa, Narrondo, Bedua, Agote o Txiriboga, y mientras 22.286 toneladas de lignito llegaron a extraer en 1913 las siete minas que en aquel momento se encontraban en activo, también le dieron mucha vida al puerto de Zumaia.

En la mayoría de los casos, esas cementeras eran las propietarias de las minas, y aunque en ocasiones aportaban sus propios trabajadores, por lo general eran los vecinos de Aizarna los que se ocupaban de la explotación de las minas. Dado que en los años 40 y 50 del pasado siglo, en pleno franquismo, el trabajo en la minería era una forma de realizar el servicio militar, más de un joven de la zona prefirió convertirse en minero temporal que hacer la mili ordinaria.

Ibarre Mina, Garestiya, Luisito, San José, Arbe, San Pelayo… Aitziber Gorrotxategi recuerda los nombres de algunas de las muchas minas que, durante períodos más o menos largos de tiempo, permanecieron en activo en Aizarna. Fueron muchas más las concesiones otorgadas –112, concretamente–, pero en muchos casos no se pasó a la fase de explotación.

La practica totalidad del carbon extraido se destinaba a la fabricacion de cemento
Las minas se explotaban de manera manual y bastante rudimentaria, pero no era mal trabajo

 

Compatible con el caserío

«Eran minas pequeñas con galerías que rara vez superaban los 60 ó 70
metros, aunque había algunas mucho más largas», afirma Gorrotxategi al referirse a las características de las explotaciones. «En cada mina podían trabajar, de manera manual y bastante rudimentaria, entre 8 y 30 hombres. En el momento de máximo esplendor, pudo haber en torno a 100 mineros en activo en Aizarna». Uno de esos momentos fue la segunda década del siglo XX, cuando se alcanzaron notables cotas de producción.

La minería, en cualquier caso, siempre fue compatible con el trabajo del caserío. Los horarios se establecían para que los mineros pudieran ser también baserritarras, y las condiciones de trabajo, pese a su exigencia física, tampoco eran extremadamente duras. El jornal, por el contrario, era interesante. De ahí que, durante 100 años, Aizarna y el carbón mantuvieran una relación estrecha y productiva que se está desdibujando, sin planes de recuperación en el horizonte, a pasos agigantados.




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